A seis meses de las nuevas administraciones municipales: promesas incumplidas, relato repetido y una gestión que no despega
Han pasado poco más de seis meses desde que asumieron los nuevos alcaldes y alcaldesas en gran parte del país, luego de las elecciones municipales. Este primer semestre de gestión ha dejado en evidencia un patrón que se repite en distintas comunas de Chile: promesas de campaña que se diluyen, explicaciones que apuntan únicamente a la administración anterior, y una desconexión preocupante entre el discurso electoral y la acción real.
En muchas municipalidades, los nuevos jefes comunales llegaron al poder con un relato renovador, prometiendo una gestión más transparente, eficiente y participativa. Sin embargo, en la práctica, buena parte de estas propuestas se han transformado en declaraciones vacías. El mismo discurso se ha replicado de Arica a Magallanes: "la culpa es de la administración anterior", "el municipio está quebrado", "no sabíamos en qué condiciones recibíamos", entre otras frases que han terminado por convertirse en un guion nacional.
Un sueldo millonario, pero una ejecución mínima
Según datos oficiales, un alcalde en Chile percibe en promedio cerca de 70 millones de pesos anuales, sin contar horas extras ni viáticos, lo que convierte este cargo en uno de los mejor remunerados del servicio público a nivel local. Sin embargo, la ciudadanía comienza a preguntarse con razón: ¿está esta retribución alineada con la ejecución real del cargo?
En muchas comunas, ni el 10% de las promesas de campaña se ha comenzado a ejecutar. Los anuncios sobre mejoras en salud primaria, pavimentación, infraestructura comunitaria o acceso a servicios básicos siguen siendo parte de un archivo de redes sociales, más que de una planificación comunal activa.
La culpa es siempre de otro
Uno de los factores más reiterados por las nuevas administraciones ha sido la supuesta “herencia” de sus predecesores. Y si bien es cierto que muchas comunas arrastran deudas, juicios y problemas estructurales desde hace años, lo preocupante es cómo esa excusa se ha convertido en un argumento constante para justificar la falta de acción, creatividad y liderazgo.
De este modo, se instala una práctica política peligrosa: un relato de victimización, donde el alcalde o alcaldesa en ejercicio se presenta como una figura impotente frente a los males heredados, dejando de lado su rol de gestor y líder comunal.
La desconexión con la realidad local
En comunas rurales y semiurbanas, donde las necesidades básicas aún no están garantizadas, la ciudadanía no tiene tiempo para esperar explicaciones políticas ni discursos autocomplacientes. Las familias esperan soluciones concretas: caminos transitables, postas que funcionen, escuelas con calefacción, iluminación en las calles, actividades culturales y acceso a programas sociales.
Sin embargo, en muchos casos, la nueva administración ha optado por el marketing digital antes que por la solución efectiva de problemas reales. La gestión municipal se ha transformado, en algunos casos, en un ejercicio de imagen más que de transformación local.
¿Dónde queda el mandato ciudadano?
El cargo de alcalde es una función de elección popular, un mandato claro para trabajar en beneficio de la comunidad. No es un título simbólico ni un premio político. Implica responsabilidad, visión, y la capacidad de articular voluntades para que los proyectos avancen. La desilusión ciudadana aumenta cuando se percibe que el alcalde actúa más como comentarista de la situación comunal, que como protagonista de su mejora.
¿Qué viene ahora?
Con aún más de tres años por delante, la ciudadanía observa con atención y con creciente exigencia. No bastará seguir culpando al pasado. Es tiempo de que las nuevas administraciones muestren resultados concretos, planificación seria y voluntad real de trabajar por sus vecinos.
Porque más allá del relato, los municipios necesitan gestión, inversión, responsabilidad y compromiso. Y eso, hoy, escasea en más de una alcaldía.